En los últimos años, el mundo del celuloide nos ha bombardeado con películas de superhéroes contra villanos. Si bien es cierto que la mayoría de los personajes son masculinos, cada vez es más común encontrarnos con superheroínas dotadas de fantásticos poderes: Wonder woman, Supergirl, Mística, Catwoman, Tormenta, Daenerys Targaryen…
Sin embargo, ni el gusto por las dotes extraordinarias, ni que estas estén presentes en personajes femeninos es algo de reciente aparición, se remonta a la época greco-romana, en la que nuestros ancestros idearon todo un panteón de dioses que, a veces como superhéroes y otras como villanos, aprovechaban su «magia» para incidir en el destino de los mortales. Veamos algunos ejemplos.
Empezaremos con Atenea, diosa de las artes, entre otras muchas cosas, a la que Velázquez plasmó como una anciana en sus hilanderas, pero que muestra una hermosa pierna esbelta, propia de la juventud de Palas. Este cuadro recoge el mito de Aracne; doncella que se enorgullecía de ser tan ágil en la labor del bordado como la patrona de Atenas. Esta última, enfurecida y transformada en vieja, se dirigió al taller de la joven intentando reparar su orgullo. Aracne la retó y ambas entraron en un combate de tapices. Al final, la enfurecida Atenea la convirtió en araña, para que nunca dejara de tejer.
Otra de las «superheroínas» más representada es Venus, diosa de la belleza. A ésta se debe la famosa guerra de Troya; pues persuadió al amanerado Paris en el juicio de la manzana de oro, para que la eligiera a ella como la diosa más guapa, entre las que figuraban también Atenea y Hera. La diosa del amor lo chantajeó ofreciéndole a la mujer más bella, Helena, quien, aun estando casada con Menelao y recibiendo de Afrodita el hechizo del amor de Paris, con quien huyó, provocó una guerra que duró nueve años y que finalizó con la astucia de Ulises. Así nos lo cuenta Homero en la Ilíada.
De la diosa más promiscua tornaremos a la diosa más casta. Diana, que tras la dura tarea de la caza decidió refrescarse con su séquito en las claras aguas de una laguna, pero percibió mientras lo hacía que Acteón la observaba, y tras arrojarle agua al rostro lo convirtió en ciervo, cuyos propios perros destrozaron a mordiscos (véase el cuadro de este mito pintado por Tiziano).
Cambiando de diosas a mortales, tenemos algunas humanas cuyos autores erigieron en heroínas. Por ejemplo, está Lisístrata, capaz de acabar con una guerra de años con la cómica idea de convencer a las mujeres de que privaran de sexo a sus soldados. Una obra de teatro de Aristófanes que, sin lugar a duda, hace brotar las carcajadas.
Por último, nombraremos a Fotis, quien, iniciada en el arte de la magia, convirtió a Lucio en asno. Un burro que con pensamientos humanos sufriría un sin fin de aventuras.
Éstas son tan sólo algunas de las historias sobre «superheroínas» que los grandes clásicos nos legaron y en las que podemos ver un atisbo del actual afán por los superpoderes. Como ves, en este tema, lo verdaderamente novedoso son los efectos especiales.
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