Para ser creativos no necesitamos aburrirnos. Ni nosotros ni, por supuesto, los más pequeños. Eso de que el aburrimiento pude ser una fuente de creatividad solo es una manera un tanto simple de plantear el problema. Si no, haz la prueba: quítale la televisión a un niño que normalmente la vea cuatro horas al día y ponlo toda la tarde delante de un trozo de plastilina. Puede que el muy bendito, además de un santo, sea un genio y convierta la masa en una auténtica obra de arte. Pero lo más probable es que el experimento acabe mal tanto para ti como para la plastilina.
Podemos concebir el aburrimiento como un periodo adaptativo; y el efecto de una determinada circunstancia que nos impide disfrutar. Lo pueden causar las reglas, la disminución de estímulos, el cansancio, un problema mental… Pero no tiene en sí mismo ninguna función favorecedora; excepto de la que nos advierte la sabiduría popular: «el diablo le busca trabajo al desocupado».
Para que un niño empiece a crear lo que necesita es tiempo, no aburrimiento. Sin embargo, tiene que ser un lapso en el que él sea el protagonista. Ahí es donde reside la creatividad, en interactuar activamente con la realidad; y no tanto en lo que nos rodea.
Eso sí, la cantidad de tiempo necesitada y la calidad de los productos desarrollados en dicho periodo dependerán, por un lado, de las capacidades innatas del sujeto y, por otro, de las herramientas de las que este disponga. Habrá niños que necesiten mucho tiempo y un entorno rico en posibilidades; otros, sin embargo, a los pocos minutos de estar tumbados bocarriba en un sofá inventarán, por ejemplo, «una historia en la que son pequeñitos y caminan por el techo».
Y aunque las capacidades innatas se pueden potenciar, lo que verdaderamente ha de importarnos son las herramientas que el niño tiene para ser creativo y, por supuesto, aquellas que puede aprender gracias a nuestra ayuda.[adsense_hint]
Por tanto, la cuestión no es si debemos o no debemos permitir que se aburran, sino cómo enseñarles a ser creativos. ¡Ojo!, tampoco hay que evitar a toda costa las circunstancias que produzcan insatisfacción o aburrimiento; pues, en cambio, sí son necesarias para el desarrollo de cualidades como la resiliencia, que es fundamental en la configuración de una personalidad equilibrada y autónoma.
Así que, si tenemos en cuenta todo lo anterior, una educación para fomentar la creatividad primero se ocupará de reducir paulatinamente los hábitos perjudiciales; como aquellos que consisten en actividades pasivas: la televisión, algunos tipos de videojuegos, ciertas lecciones escolares… Luego, proveerá a los niños y niñas de herramientas1 que puedan actualizar durante el proceso creativo. Finalmente, hará que estos se enfrenten a situaciones en las que tengan que ser creativos de manera autosuficente.
Cuando una niña o un niño recorren la senda anterior, ya no es que estén preparados para enfrentarse al aburrimiento y crear, sino que, sencillamente, el aburrimiento se convierte en una experiencia anecdótica: habrán recuperado su humanidad. Porque el ser humano es creativo por naturaleza, lo que pasa es que vivimos en un mundo en el que se invierte mucho dinero para conseguir todo lo contrario.
- Por ejemplo, en el caso de la escritura, herramientas como las desarrolladas en Gramática de la fantasía (Rodari, 1973). Pero también otras dirigidas al plano emocional, que es clave en el proceso creativo.
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